martes, 29 de enero de 2013

Carta a un amigo


Desde que nuestros caminos se separaron mucho ha cambiado mi mundo. Me siento mejor que la última vez que nos despedimos, creo que conozco un poco más a la vida, y cada día trato de aprender alguna cosa nueva. Ahora sé que si hoy me encuentro peor que ayer es que he elegido el camino equivocado y que caminar a oscuras es muy complicado.


Estuve un tiempo de viaje, visité unas tierras heladas y sólo allí valoré el hecho de tener un fuego que me arropara. De cualquier forma me alegré de sentir el frío en mi piel por un tiempo, y cuando estuve de vuelta, supe sonreír cada vez que notaba el calor de mi hogar en mi cuerpo.

En uno de mis primeros viajes me perdí a mí mismo, me dejé olvidado en algún lugar y tuve que volver a buscarme. Me busqué por todos los caminos sin lograr encontrarme. Me busqué apresurado como si el destino quisiera apresarme, pero de todas las almas que encontré ninguna resultó ser la mía, cuyo color ignoraba. Por fin un día decidí sentarme a descansar en una piedra junto al camino y vi al destino pasar de largo, no se giró al verme allí descansando, ni hizo ademán de agarrarme. Fue allí, sentado, tomando un poco de aliento y relajando los latidos de mi corazón exhausto, donde advertí un camino nuevo. Parecía ser algo oscuro y solitario, y por él no se veía a mucha gente, pero yo me quise acercar.

Allí tampoco encontré lo que tanto buscaba, pero el camino me pareció agradable, así que decidí seguir con mi búsqueda por allí, pensé que si mi alma se había escondido, quizás había elegido ese camino silencioso y acogedor. No sabía si era aquel el camino adecuado, pues sólo lo elegí por instinto, y tampoco parecía encontrarme en él, aunque a veces me pareció verme en los ojos de una niña, o de una madre, o incluso en el susurro del viento.

Te confieso, amigo, que a veces sentí mayor desesperación de la que jamás había imaginado, y que no fue fácil seguir caminando, que el frío caló en mis huesos y algunos días fueron largos y oscuros, pero aquellos tiempos también pasaron, igual que pasan el invierno y el otoño. Me apresuré tanto como supe a olvidar aquellos días amargos y por el contrario quise siempre recordar los días de sol y sonrisas, los días en los que paseé junto a alguien que quiso acompañarme un trecho o en los que disfruté con una buena canción o de un buen trozo de tarta que alguien quiso regalarme.

Nunca quise mirar atrás, puesto que sabía que no me encontraría allí, pues ya había estado en aquellos lugares y nadie me había visto. Siempre caminé con la cabeza alta y los ojos bien abiertos para no perderme la más pequeña pista que me pudiera ayudar a encontrarme.

En el camino encontré a mucha gente, todos con una historia que a veces desgranaban ante mí e incluso me ofrecían honestamente. Todos eran buenas personas, aunque algunos estaban ya muy cansados de caminar y ya no querían oír historias de almas de colores. A algunos les habían robado viejos caminantes y eran recelosos conmigo, cerraban sus ventanas y sus puertas al verme pasar, y no tenía la oportunidad de explicarles que yo sólo me buscaba a mí mismo.

Encontré a personas que caminaban en la dirección opuesta, y no pude hacer más que saludarlos al cruzarnos y desearles suerte. Otros andaban tan deprisa que apenas tuve tiempo de verles pasar, y apuesto a que ellos ni advirtieron que yo existía. Y algunos me ofrecieron agua cuando tenía sed, y yo hice lo propio con los que encontré sedientos.

Amé tanto como pude y como se me permitió, me enamoré miles de veces de todas las cosas que eran bellas, de mujeres y de hombres, de paisajes, de colores y de animales, y fui llamado loco el mismo número de veces. Procuré sonreír tanto como pude por cualquier cosa que me sirviera de excusa para hacerlo. Tropecé en cientos de ocasiones, a veces por apresurarme demasiado, casi todas por mi culpa, pero nunca una piedra hizo que deseara dejar de caminar, aunque a veces me vi obligado a parar a descansar y me hizo ser más cauteloso.

En el camino tuve que despedirme de muchos amigos, y comprendí que nadie podía caminar mi camino por siempre puesto que todos tenemos uno propio que debemos andar, pero me llevé su recuerdo guardado para siempre en mí.

Aún hoy sigo caminando por el mismo camino, en ocasiones tomé atajos y en otras me detuve varios días, a veces visité otros caminos durante algunos periodos o di grandes rodeos para volver al mismo lugar, pero todavía no he logrado encontrarme.

Lo cierto es, viejo amigo, que si ya dejaste de existir, o si yo no logro encontrarte antes de que mis días terminen y yo me tiña de oscuro para siempre, de mucho no ha de importar, pues de cada uno de los amigos que conocí, de las historias que escuché y del camino que anduve pude tejer un nuevo pedazo de infinidad de colores que sigue creciendo con cada nueva historia, y que me acompañará, si esta vez soy cuidadoso, el resto del camino.

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca 
debes rogar que el viaje sea largo, 
lleno de peripecias, lleno de experiencias [...]

Que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas. [...]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias por leerme! ¡Deja tu opinión aquí debajo si te apetece!: