miércoles, 23 de enero de 2013

Historívoro



Necesito historias para vivir. Me he ido dado cuenta progresivamente, pero ahora ya es un hecho: sin historias me muero, porque la rutina es aburrida, la vida es aburrida, así que necesito historias para nutrirme y poder ser feliz. Creo que esa es la mayor razón por la que me gusta leer y soy un adicto al cine.

Pero ayer fui premiado con algo mejor, mucho mejor: la realidad, historias tan reales como la de las personas a las que veo cada día, pero mucho más antiguas. Me sentí como un crío al lado de una hoguera una noche de verano escuchando historias con la boca abierta.

Ayer pasé el día con mi abuelo, solemos pasar poco tiempo juntos, y no es la persona que más hable del mundo, sobre todo cuando hay mucha gente, se cansa, y es así desde que tengo memoria. Pero a solas, y por las mañanas, tiene más ganas de hablar, además como teníamos que esperar bastante tiempo, estoy seguro que le sabía mal que no habláramos. Tiene 87 años, por lo que tiene cientos de historias que contarme de vidas que ya nadie recuerda más que él, de personas que nacieron dos siglos atrás, historias mutadas por el tiempo que podrían ser ya leyendas.

Primero me contó la historia de su madre, una de la que yo sólo sabía trozos, la historia de una persona inmensa, una luchadora, se han escrito libros sobre ella, y aún conserva una calle en su pueblo llamada “calle de María Juana la alcaldesa”, os podéis imaginar por qué. Fue una mujer que por gracia del destino, y por un tío suyo al que le cayó en gracia pudo tener unos estudios que por aquel entonces sólo se podían permitir los señoritos. Estudió por decisión de otros para monja, pero a los 15 años, alta y esbelta como era, decidió que ella quería casarse y formar una familia, y vaya si lo hizo, tuvo hasta 13 hijos, aunque tuvo que ver morir a algunos enseguida. Dejar la escuela no hizo que dejara de leer, un talento preciado por aquel entonces, leía los periódicos en mitad de la calle para que todos, supieran leer o no, pudieran saber lo que estaba pasando.

Pronto se dio cuenta de que, pese a haber estudiado con gente de dinero, ella estaba muy lejos de su forma de pensar, y enseguida quiso utilizar su capacidad y sus conocimientos para cambiar las cosas. Formó parte del gobierno de su pueblo durante toda la guerra, llegando a ser alcaldesa en los últimos meses de la misma. Un cargo que nada tiene que ver con los de hoy en día, por aquel entonces era el de una persona íntegra, digna de ser la guía para los demás, que se preocupaba por todos. Podéis imaginaros: una mujer, alcaldesa, de izquierdas, y durante la guerra. No le salió gratis, estuvo 7 años en la cárcel, perdiéndose a sus hijos, su vida, y condenada a muerte, donde además recibió la noticia de que su marido había muerto, luego os contaré ese trozo.

No llegué a conocerla nunca, ya que murió antes de que yo naciera, pero estoy seguro de que para ella valió la pena, el trozo que me ha tocado heredar me dice que fue así, que salvó muchas vidas, dio de comer a muchos y fue un ejemplo para otros tantos. Curiosa es la historia de tres hermanos terratenientes – de los que mi abuelo aún recuerda los nombres – a los que fueron a buscar varias veces para sentenciarlos a muerte y nunca encontraron en casa, ya se encargaba ella de que siempre llegara antes un mensajero a caballo. Se durmió para siempre en el ‘82, con 87 años, probablemente ni se enteró, después de que la muerte intentara llevársela varias veces sin éxito al final su vejez venció a su espíritu.

Me contaba mi abuelo también la historia de su padre, una historia que yo desconocía por completo, y eso que conozco a mi abuelo desde que nací. Su padre era un hombre callado, que hablaba poco, menuda sorpresa… Pero lo que con más ahínco me contaba es cómo murió por culpa de ser un simple trabajador, nadie se quiso preocupar por su dolor de tripa, y acabó muriendo de risa. No médicamente, porque médicamente murió de apendicitis, pero estaréis de acuerdo conmigo que el hecho de que alguien muera por eso es tan ridículo que hace casi gracia. Era un hombre trabajador, sencillo y de ceño fruncido. Murió porque los señoritos a los que su mujer había salvado la vida en tantas ocasiones no dieron importancia al dolor de tripa de un trabajador, fue durante la guerra, en el ’39, hace más de tres vidas mías.

Me contaba también la historia de su hermano mayor, que nació en 1915 y que aún vive, tiene 97 años y está mejor que la mayoría de nosotros. Se reía al contarme que siempre se quejaba de que su madre hubiera tenido tantos hijos, y que luego él tuvo un porrón, 9 si no recuerdo mal, y que cuando se lo echó en cara bromeando, su única respuesta fue: “Chico, es que esta mujer mía es tan bonita…”. Eran otros tiempos, la gente era más feliz pese a que tenían menos motivos, y sin duda se quería más.

Historias de personas que nunca llegué a conocer, ni de lejos. La historia de cómo exiliaron a su madre y poco a poco todos se fueron viniendo hacia Cataluña o Valencia, la de cómo al pedirle la mano de su primera novia a su padre éste sólo le pidió un cigarrillo a cambio, la de las noches en la mili buscando “maquis” que sólo existían en la imaginación de los militares…

Me habla de tiempos pasados, una persona que hace 40 años tenía 47, hace 60, 27, que cuando yo nací ya estaba jubilado, que ha vivido una guerra civil, que ha visto al mundo cambiar para luego volver a cambiar, que vio surgir de la nada a máquinas que sacaban humo y que transportaban a personas para luego dedicarse a fabricarlas, que ha tenido que ver a gente hablar de igualdad recordando la muerte de su padre y el sufrimiento de su madre, que ha tenido que enterrar a la mayoría de sus hermanos, muchos menores que él, a la mayoría de sus amigos, e incluso a su mujer. Alguien que ha tenido una vida digna de recordar, y que cuando llegue su final, se llevará consigo cientos de historias, propias y ajenas, que ya sólo él recuerda.

Él es una de las personas de quien más me interesan las historias, cuando él ya no esté nadie podrá explicármelas tan detalladas como él lo hace. Las cosas no son porque sí, pienso que todo en la vida tiene una razón, y conociendo su historia, y la de sus padres, he conocido también la mía, cosas que él, y luego mis padres, me enseñaron y que a su vez sus padres le enseñaron a él: la importancia de ser una persona justa y con valores, y que sean tiempos de guerra o de paz, siempre te hacen falta, que no todo vale en la vida para conseguir lo que quieres, que formamos parte de un todo, que no se puede mirar hacia otro lado cuando alguien sufre, o pasa hambre, y que no importa lo buena, mala, justa, o injusta sea una persona, toda vida merece ser salvada porque siempre hay esperanza.

Me encanta oír historias, las suyas más, pero me encanta oír cualquier historia, ojalá pudiera preguntarle la suya a todo el mundo y me la contara con la tranquilidad que me contó algunas de las suyas mi abuelo, aprendería tanto, me reiría tanto, entendería tantas cosas… Os invito a preguntar sobre la historia de vuestras familias, averiguad tanto como podáis, y os reconoceréis a vosotros mismos en muchas de ellas, quizás os sirva incluso para entenderos más, y para responder a muchos “por qué”, es algo grandioso.

Y me pregunto si alguna vez seré merecedor de que alguien le cuente mis historias a su nieto con la admiración con la que mi abuelo me cuenta a mí la de sus padres.

Se aceptan historias, ya sabéis donde encontrarme.

Gabriel García Márquez (carta íntegra) - "He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo cuando ha de ayudarle a levantarse."

Según la RAUIW (Real academia de la Universidad Inventada de Wachintaun) historívoro es aquel que se alimenta de historias.

3 comentarios:

  1. me pasaba lo mismo con mi aitite por parte de padre.siempre me conto mil historias de cuando fue gudari en la guerra,de sus hermanos y de los de mi amama.estuve muy decidido a escribir todo aquello que me contaba,pero al final no nos dio tiempo

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  2. A mí también me encantan las historias de mi familia, mi padre me cuenta muchísimas de cuando era joven, de él y de sus 7 hermanos; por desgracia no me queda ningun abuelo ni abuela que me cuente historias tan chulas como las que te cuentan a tí :( pero a través de mi padre puedo imaginar un monton de cosas, hasta como éra mi abuela paterna y cómo vivía una familia de 10 personas con muchísimas menos cosas de las que se tienen ahora; eran mas sanos, mas felices... el respeto y el cariño estaba por encima de todo; han cambiado tanto las cosas... la sociedad que casi me repugna vivir en esta época que ha sido corrompida por la avaricia, el poder y el no tener escrúpulo ninguno. Pero cuando pienso en las hazañas de mi padre en la mili, o de como acababan a pedradas cuando algun niño de su cole se la jugaba... me saca de nuevo una amplia sonrisa y muchas carcajadas.

    Kisses. Bruja.

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  3. Mi abuela desde bien pequeño me contaba historias de la guerra, de como murió su padre y de como luego su madre murió y tal...

    Como los hermanos tiraron del carro para proporcionarle al pequeño unos estudios y poder ir a clase, etc.

    Me parece que nosotros aunque quisiésemos no podríamos ser tan valientes ni de broma como nuestros abuelos o sus padres, pero aún y así, llevamos esas historias en la sangre que hemos heredado.

    Debemos estar muy orgullosos de la propia sangre.

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